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un viaje a la nada

97126

97126 Eran cinco días. Precio de cinco minutos y las promesas insólitas de seriedad transoceánica.
Siempre cabe un iceberg a mitad de camino.
La burocracia tiene miedo de hundirse y requisa.
Un caramelo… y mientras tanto los de arriba contrabandean nuestros sueños, por millonésima vez…

No cumplieron. Como siempre casi siempre siempre. Amén.
Reclamar. Pelear. Insistir.
Excursión a la Aduana de Correos.
Una tarde soleada de marzo casi abril.

…

Estaba sentada entre muchos. Gente con cara de aburrida y butacas de frente a una pared. Una voz entrecortada en un micrófono, anunciaba un nº y alguien se ponía de pie.
Descubrí que al llegar ese momento, había que atravesar un molinete y cruzar una puerta cerrada hacia alguna otra dependencia más privada.

Cuatro jóvenes chinos se divertían con chistes y el sonar de la música estridente en un walkman compartido.
Un ruso se sentó a mi lado y cada tanto reía y me miraba con ganas de charla. Pero yo estaba tensa y molesta, cero amabilidad para confraternizaciones globales de cualquier índole y nacionalidad.

Leí mil veces los carteles confusos, tratando de adivinar el paso a paso de ese trámite y revisé cuatro mil más la cifra en el talón de cartulina que me habían entregado en el primer interrogatorio.

97126…
Gruñó el altavoz después de largo rato. Era mi turno.
Recorrí el hall, sortee la barrera y aparecí en un galpón de señores con guardapolvo y guantes, armados de cintas corredoras y cortantes filosos entre los dedos.

“Por acá por favor”, dijo un hombre canoso de mirada clara y cansancio de todo el jornal. “¿Qué te envían?”, preguntó, poniendo frente a mí una enorme caja envuelta en papel madera.
“No se… Regalos de cumpleaños que esperaba fueran sorpresa y sólo mía…”

Se detuvo a estudiarme. Un segundo que duró un siglo. Y no se que vio, pero sí sé que mis ojos hablan mejor que mis palabras casi siempre.
El empleado de correos deslizó el cortante dos veces sobre el papel. Fue muy preciso y rutinario. Levantó la tapa de una cajota muy bella con margaritas blanquinegras. Hundió de reojo la vista en su interior y con tono de complicidad me dijo… “¿Qué espias?... Es una sorpresa. Andá y abrilo en tu casa”

Creo que sonreí, porque el tipo, cuando selló el paquete con cinta de embalar y me lo puso en los brazos, también sonreía.

Esperaba otra cosa. Me habían advertido que es desarmar cada envoltorio, desnudar la intimidad y a veces pagar multas o resignarse a dejar abandonado el envío…
“¿Ya está?”
“Sí… chau. Feliz cumpleaños”

Respiré hondo cuando salí de allí. No me importó tener que caminar todo el Retiro hasta la parada del 93. Ni lo incómodo de trasladar una caja tan grande como casi la mitad de mi cuerpo.
Había ido a la Aduana suponiendo que me desarmarían y estaba regresando sin testigos, acurrucada a ese poco mucho gigante pedacito… de él.

Es extraño imaginar que detrás de un océano, alguien que no vi, que no está, que no sé… rompa el hermetismo de mis días grises y se arraigue y anide, desvelo tras desvelo, en las ramas despojadas, de todas mis tormentas.

Es extraño necesitar tan fuerte, trascender la distancia de los mapas y aprender a palpar en cada hoja, olor, textura, sabor, forma, color, idea y sombra, un poco tanto mucho de alguien, más allá.

Quizás por eso lo desesperante de la espera.
Quizás por eso, la alquimia de mudar la piel o el alma y transformarse en un objeto.
Quizás por eso, lo más impactante de cada regalo, sea que fue pensado especialmente, que responde a un motivo, que plasma una dedicación, que imprime un afecto, que implica un desafío o que sella una entrega…

Cinco sobres blancos para cinco cajas.
Caricias. Sentimiento. Pasión. Palabras. Filosofía.
Cinco motivos para cinco deseos y cinco millones de gracias que no alcanzan como yo quisiera.

Esa tarde, ni los empleados postales, ni el veedor de la aduana, ni las personas de la espera, ni los transeúntes, ni los pasajeros del colectivo, ni el encargado de mi edificio ni nadie, de todos los que me vieron abrazada al silencioso envío… se imagina siquiera lo que iba sintiendo, lo que conversamos… el paquete y yo, hasta quedarnos solos.

Madrugada larga y deshojar los trazos, pétalo a pétalo y lazo a lazo…
de tanto
despojado, traslúcido, entero, tórrido, efímero, perenne
y desbrujulado : Amor…

mheL

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