cumbres borrascosas
Me acordé de un día en que mi viejo, que recién empezaba a sorprenderse de los desquicios de la adolescencia preguntó
-¿Qué buscan ustedes?... ¿Morirse?-
Y entonces yo hubiese podido decirle, como tantísimas veces antes si me lo hubiese preguntado, lisa y llanamente -Sí-
Pero no era ese el atractivo principal . Yo había leído el libro de viaje de Rehinold Messner, el primer hombre que se atrevió a desafiar al monte Everest en un ascenso en solitario. Y se me había grabado a fuego lento pero indeleble, una frase donde el montañista compara el camino de ascenso con un viaje interior. Y si no me fallan las neuronas era algo así
El camino hacia la cumbre es como el camino hacia uno mismo. Una marcha en solitario
En aquellos días, mi sendero individual ya había comenzado a trazarse y era cuestión de tiempo que me decidiera a seguirlo o abandonase el peregrinaje. Necesitaba muchas cumbres para encontrar algo que de verdad valiese el esfuerzo de querer empecinadamente ser esto que soy o lo que pude ser.
-No, papá no busco la muerte hoy pero si sucediera y me estrellara entre las rocas quedate tranquilo porque moriría satisfecha-
Dudo que compartiera mi opinión, pero valoro el que aún en los peores momentos lo intentó lo intenta.
Entonces, mis amigos me pasaban a buscar y los fines de semana eran sudor y lágrimas colgada de una pared inclinada, rompiéndome rodillas en los puentes de la city o esquivando vallas y formalismos para acceder al campo de entrenamiento deportivo nacional.
Prácticamente no había chicas enredadas en sogas y mosquetones todavía. No estaba de moda y se hacía muy dificultoso conseguir equipo adecuado y accesible. No existían en estas tierras los ultra modelos hidrófugos de cuerda, ni la practicidad de un calzado especial ni el magnesio en los dedos para evitar la transpiración en las yemas y las múltiples caídas
Todo era obstáculo y sin embargo, de verdad era feliz.
Ese día en la chimenea sucedió algo maravilloso.
Nunca me había costado tanto pasar un techo. Los ladrillos estaban enmohecidos y resquebrajados. Había tramos en que, si los apretaba con fuerza para no caerme, se deshacían en mis manos. No quería regresar. Necesitaba subir y tardé y transpiré y traté mil veces y estuve arriba, hasta donde la construcción me dejó pisar.
Lo que se siente después de eso es indescriptible y no proporcional a la envergadura del proyecto. Porque la cabeza de un alfiler puede ser la cúspide del Himalaya.
No sé cuánto mide una torre, ni un puente, ni una pared, ni un desfiladero, ni la cara de las sierras ni un pico .
No sé cuánto se ve desde arriba en un día de sol o de viento o de neblina.
No sé contar con números ni palabras lo que es dar cara a un desafío.
No sé contar de ningún modo lo que es vencerse a uno mismo.
Yo quise morir muchas veces. Todavía quiero.
Pero morir y vivir pueden ser lo mismo ¡tantas veces!
mheL
Y entonces yo hubiese podido decirle, como tantísimas veces antes si me lo hubiese preguntado, lisa y llanamente -Sí-
Pero no era ese el atractivo principal . Yo había leído el libro de viaje de Rehinold Messner, el primer hombre que se atrevió a desafiar al monte Everest en un ascenso en solitario. Y se me había grabado a fuego lento pero indeleble, una frase donde el montañista compara el camino de ascenso con un viaje interior. Y si no me fallan las neuronas era algo así
El camino hacia la cumbre es como el camino hacia uno mismo. Una marcha en solitario
En aquellos días, mi sendero individual ya había comenzado a trazarse y era cuestión de tiempo que me decidiera a seguirlo o abandonase el peregrinaje. Necesitaba muchas cumbres para encontrar algo que de verdad valiese el esfuerzo de querer empecinadamente ser esto que soy o lo que pude ser.
-No, papá no busco la muerte hoy pero si sucediera y me estrellara entre las rocas quedate tranquilo porque moriría satisfecha-
Dudo que compartiera mi opinión, pero valoro el que aún en los peores momentos lo intentó lo intenta.
Entonces, mis amigos me pasaban a buscar y los fines de semana eran sudor y lágrimas colgada de una pared inclinada, rompiéndome rodillas en los puentes de la city o esquivando vallas y formalismos para acceder al campo de entrenamiento deportivo nacional.
Prácticamente no había chicas enredadas en sogas y mosquetones todavía. No estaba de moda y se hacía muy dificultoso conseguir equipo adecuado y accesible. No existían en estas tierras los ultra modelos hidrófugos de cuerda, ni la practicidad de un calzado especial ni el magnesio en los dedos para evitar la transpiración en las yemas y las múltiples caídas
Todo era obstáculo y sin embargo, de verdad era feliz.
Ese día en la chimenea sucedió algo maravilloso.
Nunca me había costado tanto pasar un techo. Los ladrillos estaban enmohecidos y resquebrajados. Había tramos en que, si los apretaba con fuerza para no caerme, se deshacían en mis manos. No quería regresar. Necesitaba subir y tardé y transpiré y traté mil veces y estuve arriba, hasta donde la construcción me dejó pisar.
Lo que se siente después de eso es indescriptible y no proporcional a la envergadura del proyecto. Porque la cabeza de un alfiler puede ser la cúspide del Himalaya.
No sé cuánto mide una torre, ni un puente, ni una pared, ni un desfiladero, ni la cara de las sierras ni un pico .
No sé cuánto se ve desde arriba en un día de sol o de viento o de neblina.
No sé contar con números ni palabras lo que es dar cara a un desafío.
No sé contar de ningún modo lo que es vencerse a uno mismo.
Yo quise morir muchas veces. Todavía quiero.
Pero morir y vivir pueden ser lo mismo ¡tantas veces!
mheL
5 comentarios
samuel lezama -
mhieL -
zoroastros -
mhiel -
¿qué escalo ahora...? pues.... "problemas" y cuando llego a la cúspide, en lugar de descender en rapell... ruedo como bola de nieve y espero el siguiente obstáculo!
perdón... pero se me fue el optimismo al tacho hace un par de horas.
Gracias por seguir ahí.
un abrazo
thiago -
¿...Y qué escalas en la actualidad...?