El baúl de las fotos
Lulú se estiró buscando la manija para cerrar, pero a mitad de camino, Mele le hizo señas de que esperara. Sacó y empuñó la linterna, con el pulgar justo encima de la perilla de encendido y dejó que, con la seguridad de la luz entre las manos, el ropero se llenara de oscuridad...
Fue el segundo más largo de la historia. Entre cerrar la puerta, comprobar que no había fosforescencias verdes y hacer CLIC en el botón rojo, para prender la linterna... La aureola de luz blanca, rebotaba en los estantes con ropa, o se estrellaba en las caras, pasando de dueña a dueña en una competencia absurda por ver quién encontraba antes, cualquier objeto sospechoso.
“¡Dámela a mí!”
“¡No, yo alumbro mejor!”
“¡No me enfoques a los ojos!”
“¡Mejor apagala!”
Y entre tirones y repartijas, la linterna salió volando y cayó adentro de la caja de cuero donde se guardaban todas las fotos de la familia.
Era raro, porque generalmente, ese cofre estaba en lo más alto del ropero, y bien trabado, con esa palanquita de metal que hacía un TRAK intenso al abrirla o cerrarla. Y esa tarde, ni estaba arriba, ni estaba cerrada...estaba ahí atrás de las almohadas con olor a almidón, como si alguien se hubiera olvidado de acomodarla.
Sea como fuese, terminó con la discusión. Porque era muy interesante revisar esos paisajes de lugares lejanos, de montañas y casas de piedra, y adivinar los nombres de esos parientes que ninguna de las dos había visto ni vería jamás.
Las hermanas se entretuvieron revisando caras en blanco y negro y marrón, que hacían desfilar bajo la luz difusa de la linterna. Sabían de memoria algunos nombres. Otros había que descifrarlos de las letras enruladas que escribían dedicatorias, o saludos, o fechas...
mhieL de antaño
Los Abuelos de Asturies
Fue el segundo más largo de la historia. Entre cerrar la puerta, comprobar que no había fosforescencias verdes y hacer CLIC en el botón rojo, para prender la linterna... La aureola de luz blanca, rebotaba en los estantes con ropa, o se estrellaba en las caras, pasando de dueña a dueña en una competencia absurda por ver quién encontraba antes, cualquier objeto sospechoso.
“¡Dámela a mí!”
“¡No, yo alumbro mejor!”
“¡No me enfoques a los ojos!”
“¡Mejor apagala!”
Y entre tirones y repartijas, la linterna salió volando y cayó adentro de la caja de cuero donde se guardaban todas las fotos de la familia.
Era raro, porque generalmente, ese cofre estaba en lo más alto del ropero, y bien trabado, con esa palanquita de metal que hacía un TRAK intenso al abrirla o cerrarla. Y esa tarde, ni estaba arriba, ni estaba cerrada...estaba ahí atrás de las almohadas con olor a almidón, como si alguien se hubiera olvidado de acomodarla.
Sea como fuese, terminó con la discusión. Porque era muy interesante revisar esos paisajes de lugares lejanos, de montañas y casas de piedra, y adivinar los nombres de esos parientes que ninguna de las dos había visto ni vería jamás.
Las hermanas se entretuvieron revisando caras en blanco y negro y marrón, que hacían desfilar bajo la luz difusa de la linterna. Sabían de memoria algunos nombres. Otros había que descifrarlos de las letras enruladas que escribían dedicatorias, o saludos, o fechas...
mhieL de antaño
Los Abuelos de Asturies
2 comentarios
rojA -
...
bueno, las costumbres son las costumbres pero... doña Elvira no se creía ni por asomo eso de las desigualdades porque tenía un caraaaaacterrrrr.....
y él, Tino, ex dinamitero, ferroviario y astur republicano, ni un ápice del código burgués.
como sea...
Salut!
marta zabaleta -
y que inetresnate como als mujres s eparaban e sneail de desigualdad...ja ja..
besos santafecinos deslondres nocturnal.