una mujer
La última vez que la ví, tomamos té en su casucha de Madryn. Habían pasado añares desde el temor ciego que imprimía a mis tardes infantiles y pocas veces la entendí, aunque siempre me provocara una intriga fascinante.
-A tu hijo le has puesto nombre de indio Está muy bien, que aprenda a luchar por su libertad Pero lleva el nombre de un soldado también ¿cómo es eso ?-
-Tuve que negociar con el padre Pero no era milico el de la historia sino caudillo-
-Es lo mismo ¿no? el poder es el poder . ¡Ala..!... bueno enséñalo bien para que no se confunda -
Las paredes que la albergaban eran ralas y se podía palpar el vacío. La inundación le había arrancado casi todo y en lugar de comprar muebles, ella almacenaba sus pocas cosas en cajones de madera, carretes gigantes de alambre y otras clases de embalajes extraños.
Sólo había en el chalet de tres cuartos una cama, un silloncito, la heladera y en primer plano, hermosamente poblada: su biblioteca.
-¿Para qué otra cosa?- había dicho. Ven, mira mi huerta está algo empobrecida pero estoy esperando a un compañero de Córdoba que venga a ayudarme .. Ahh pero ves? El nogal sí se ha portado éste año!... Os vais a llevar unos frutos para Buenos Aires-
Bolsas y más bolsas de nueces, llenaban aquel cuarto oscuro.
La manito de KeL me apretó fuerte y sus ojos abiertos me trasladaron al ayer a mi propia percepción de esa mujer, una vida más atrás
Julia era una dura, de esas que la historia maltrata con saña y púas y se vuelven intangibles como rosas silvestres. Era fuerte y sin matices, discurso de granizo sobre hiedras venenosas. Era arisca y cariñosa y tan pero tan española como un verso huracanado de García Lorca. Era muchas cosas y además de todo eso, extrañamente amiga de mi vieja No sé por qué ni qué, unía a ese par dispar además del barrio. Agua y aceite: ocasionalmente combinan bien.
Y cuando como hoy pienso en ella, salpican los momentos distantes de la niñez. Puedo recordarla cuando traía a sus hijos a jugar. Cuando cosía retazos de trapo para fabricar bolsas, ropa, muñecos. O cuando se encerraba en la cocina a contar sus penurias siempre dramáticas. Porque su modo de hablar era el de una actriz de teatro abierto raudales de sonido y entonación lírica, hacían inevitable su discurso.
Ella lloraba por su familia, por los desmanes de una guerra no enterrada, por su huída a pie en la montaña, por su hombre equivocado Y solía mal decir al generalísimo sin lástimas, cacheteándolo incansable tanto o más que a esos curas cómplices de capillita de pueblo
-Váyanse a su cuarto- rogaba mamá cuando podía, advirtiendo a mi hermana Lu y a mí que no era tema apto para niñas buenas. Pero Julia no podía ser invisible. Era frontal y sincera y temible
Discusiones de padre y madre se alternaban con sus visitas cada vez más esporádicas. Sus mudanzas repentinas y después la distancia.
Pero la distancia es un bumerang. Cuanto uno más se aleja de aquello que quiere, más se fortalece el deseo de alcanzarlo.
De alguna forma sé que ella abrió un surco en mi espejo.
Uno nunca sabe hasta dónde cabe el gesto más imperceptible. Porque en las vidas de otros, que son tierras de paso un buen día nace el jardín que había sido semilla adherida en nuestra única suela de zapato.
Esa mujer me dio los primeros libros interesantes de mi adolescencia. Me nutrió de curiosidades las ganas de crecer y sin mencionar jamás la palabra prohibida: me mostró un camino diferente de la divina condena del inefable deber ser
-ni sotanas-ni milicos-ni fronteras-
-¿ni maridos?-
Querida Julia: GRACIAS.
Ahora, si no es tarde ya lo sé.
mhieL
-A tu hijo le has puesto nombre de indio Está muy bien, que aprenda a luchar por su libertad Pero lleva el nombre de un soldado también ¿cómo es eso ?-
-Tuve que negociar con el padre Pero no era milico el de la historia sino caudillo-
-Es lo mismo ¿no? el poder es el poder . ¡Ala..!... bueno enséñalo bien para que no se confunda -
Las paredes que la albergaban eran ralas y se podía palpar el vacío. La inundación le había arrancado casi todo y en lugar de comprar muebles, ella almacenaba sus pocas cosas en cajones de madera, carretes gigantes de alambre y otras clases de embalajes extraños.
Sólo había en el chalet de tres cuartos una cama, un silloncito, la heladera y en primer plano, hermosamente poblada: su biblioteca.
-¿Para qué otra cosa?- había dicho. Ven, mira mi huerta está algo empobrecida pero estoy esperando a un compañero de Córdoba que venga a ayudarme .. Ahh pero ves? El nogal sí se ha portado éste año!... Os vais a llevar unos frutos para Buenos Aires-
Bolsas y más bolsas de nueces, llenaban aquel cuarto oscuro.
La manito de KeL me apretó fuerte y sus ojos abiertos me trasladaron al ayer a mi propia percepción de esa mujer, una vida más atrás
Julia era una dura, de esas que la historia maltrata con saña y púas y se vuelven intangibles como rosas silvestres. Era fuerte y sin matices, discurso de granizo sobre hiedras venenosas. Era arisca y cariñosa y tan pero tan española como un verso huracanado de García Lorca. Era muchas cosas y además de todo eso, extrañamente amiga de mi vieja No sé por qué ni qué, unía a ese par dispar además del barrio. Agua y aceite: ocasionalmente combinan bien.
Y cuando como hoy pienso en ella, salpican los momentos distantes de la niñez. Puedo recordarla cuando traía a sus hijos a jugar. Cuando cosía retazos de trapo para fabricar bolsas, ropa, muñecos. O cuando se encerraba en la cocina a contar sus penurias siempre dramáticas. Porque su modo de hablar era el de una actriz de teatro abierto raudales de sonido y entonación lírica, hacían inevitable su discurso.
Ella lloraba por su familia, por los desmanes de una guerra no enterrada, por su huída a pie en la montaña, por su hombre equivocado Y solía mal decir al generalísimo sin lástimas, cacheteándolo incansable tanto o más que a esos curas cómplices de capillita de pueblo
-Váyanse a su cuarto- rogaba mamá cuando podía, advirtiendo a mi hermana Lu y a mí que no era tema apto para niñas buenas. Pero Julia no podía ser invisible. Era frontal y sincera y temible
Discusiones de padre y madre se alternaban con sus visitas cada vez más esporádicas. Sus mudanzas repentinas y después la distancia.
Pero la distancia es un bumerang. Cuanto uno más se aleja de aquello que quiere, más se fortalece el deseo de alcanzarlo.
De alguna forma sé que ella abrió un surco en mi espejo.
Uno nunca sabe hasta dónde cabe el gesto más imperceptible. Porque en las vidas de otros, que son tierras de paso un buen día nace el jardín que había sido semilla adherida en nuestra única suela de zapato.
Esa mujer me dio los primeros libros interesantes de mi adolescencia. Me nutrió de curiosidades las ganas de crecer y sin mencionar jamás la palabra prohibida: me mostró un camino diferente de la divina condena del inefable deber ser
-ni sotanas-ni milicos-ni fronteras-
-¿ni maridos?-
Querida Julia: GRACIAS.
Ahora, si no es tarde ya lo sé.
mhieL
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zoroastros -