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un viaje a la nada

re-vuelos de libélula

re-vuelos de libélula Hace días que mi cabeza intenta procesar cada refusilo, la lluvia de meteoritos sobre el pantano de mi materia gris.

El regreso de Marian estaba prácticamente dibujado en las retinas, tal y como sucedió, detalle más o detalle menos. No sé por qué. Quizás porque no caben expectativas ni fantasmas en nuestra relación, que siempre ha estado intacta a pesar de los once veranos que nos distancian las generaciones, de otros tres que separa el Atlántico y de algún revuelo que ya fue conciliado por ésta vocación de no callarnos ni guardarnos nada por cruel o rabiante que amenace ser.

-Estás más flaca, nena-
-Y vos… más chiquita-
-Será más vieja-
-No…. Qué va…. Estás igual que siempre-

Lo que se ve… qué poco importa, tantas veces!
Y no sé… por qué me pasa el tiempo en cuentagotas cuando al amor lo amordaza el horizonte. Supongo, que alguna vez, consuetudinaria feligresa de imposibles… aprendí a guardarme intacto, el tic tac de los relojes que alejan cariños y acercan soledades.
Como un alhajero vacío que atesora recuerdos y presencias, como luces de luna, amaneceres o aromas tibios de rocío. Ella está en casa y todo es como era o como nunca había sido.
Vendaval en calma. Mar de murmullos donde no existen murallones y los que quedan, esconden puentes con vista al vacío.

Vencido el temblor del primer día, los flashes de la cámara insoportable en manos de madre, las sorpresas de quien ha crecido, el llanto o la contención contemplativa.
Superado el interrogatorio de los jueces simbólicos, que por el “bien” ajeno se hacen eco de mil culpas. Como gota de agua que abre paso al deshielo… el paisaje se descorre de neblinas y se despega las lagañas de sospecha.

Pero cuando se comparten secretos, las sorpresas se vuelven menos que espectadores y no hay lugar en escena para montajes del ser.
Entonces… hay un día y un instante en que las horas y los meses y los años, dejan de tener sentido trágico y no son piedras en cuello de un ahogado sino solamente un modo frío de contar.

Las experiencias suplantan la rutina.
Las vivencias perfuman lo solemne.
Las anécdotas condimentan la monotonía.

Como volver a tender una mesa para ocho, otra vez…

-Falta un lugar para papá, cuando venga del club-
-Cojo ésta silla de aquí-
-Mejor que se corra para éste lado-
-No digas “correr” que parece otra cosa-
-Bueno, no digas “coger”… que también parece otra cosa-

y los “parece” o los “son”…. Los “aquí” y los “allá”, los “antes” y los “ahora”… crujen en bocas nuevas con sabor a complicidades de infancia.

La vida avanza a donde la fuimos llevando y de pronto, mirarse a los ojos del presente es como una caricia caliente de manos del pasado y devolver el reflejo en sonrisa… de esa luz encendida entre nostalgias.

-¿Qué hacés esta tarde, marian?-
-Desarmar el dormitorio y sacar todo lo que no me importa tener aquí y que tampoco me voy a llevar-

Volver es siempre una lucha repartida. Dos mundos. Dos tiempos. Dos espacios… y entremedio, el oleaje agudo del amor, que no da treguas.
Pero volver, es ya también ganar una batalla: al miedo, al rencor, al olvido, y a uno mismo. Y… seguramente, lo más impactante de volver… es descubrir saber confirmar, que por más cariño y pertenencia… los pies conocen el camino… y están listos, para otra vez: partir.

Las libélulas
desean la lluvia
como alas violetas

de cada primavera

y tal vez…
las bienvenidas
nos quepan en la mano
que pinta más color

donde…
los parasiempre
se mueren de sueño
o de tristeza

abona el suelo
del instante,
como eterno paisaje…

una ilusión


mheL

2 comentarios

mhieL -

...entonces
de luces encendidas
te creo

aunque jamás nunca
sepa o pueda, explicarlo

Gracias por no quedarte callado
y por estar aquí

thiago -

Cuando leo cosas cómo ésta, recuerdo por qué me gustas TANTO...

Y vuelven a brillar las luces...